Una habitación llena de ternura




Y entonces entro en mi casa una tremenda tranquilidad, ya no luchabamos contra el intruso que se metió en nuestras vidas sin nuestro permiso. Ya lo habiamos aceptado y como todo en esta vida, es solo cuestión de asimilar lo que tienes y tratar de llevarlo con paciencia, la que muchas veces me falto en la primera fase, y mucho cariño, mucho amor y ternura. Y mi querida madre comenzo a sonreir como siempre lo había hecho... ¿Pero quién lo hacia, mi madre o la bebé que teniamos en la cama?






¿Pero realmente importa? Lo único que sé que, si en este mundo se llega a conseguir la felicidad, mi madre la consiguio plenamente. Es muy contradictorio lo que digo porque ¿como se consigue la felicidad si uno no sabe que la disfruta? Jamás vi una rostro como el de mi madre, desprendia bondad, serenidad, paz, tranquilidad. Mi madre estaba en otra dimensión, algo que los humanos perseguimos pero que nos es inalcanzable.
A partir de aquí me hice amiga de ese intruso y empece a mirarle a la cara directamente y sin miedo.
Ya no podía conversar con mi madre como lo hacía tantas veces. Recuerdo mis regresos de Madrid de madrugada. Ella me esperaba siempre, se sentaba a mi lado y empezaba a preguntarme por mi vida, por mi trabajo, por esos viajes que hacía por mi profesión y nos amanecia, siempre con el sabor de una buena taza de café y algún dulce. Oiamos a lo lejos a papá decirnos: "No tendreís nada que hablar mañana, dejar algo para mañana..." 
Mi madre siempre me esperaba, ahora era yo quién debía esperarla por si algún día ella regresaba. Allí le estaría esperando.